Monte San Elías (Alaska), 1983

 MONTE SAN ELIAS,  5.408 m.




Una alegría inmensa está dentro de mí, he llegado, por fin estoy en la pequeña cima, apenas hay sitio para cuatro personas, clavo mi piolet y busco un sitio para un tornillo de hielo, paso la cuerda por todo esto y grito varias voces mucho mas parecidas a las de los indios de una película del Oeste que a una voz de llamada a los que están abajo.

Miro oteando el horizonte y buscando alguna nube, tengo miedo igual que anoche, no hay nada por ningún sitio en el Este, el cielo mas oscuro que por el Oeste, allí hay un azul mas claro y un sol casi poniente,  y allí mismo, a lo lejos, está el Océano Pacífico: una inmensa mancha de un azul grisáceo mucho mas oscura que se extiende hasta el infinito de mi vista.

Empieza a llegar gente hasta mí mientras cojo todas sus cuerdas a las que están atados. Unos tras otros, los últimos tienen que quedarse en plena arista y con sus piolet empiezan a picar encima del hielo haciendo repisas para sentarse encima. Algunos bajan otra vez más abajo a algún sitio más cómodo.

Al fondo veo una arista que continúa unos 400 metros que pueda ver, a mi derecha y a mi izquierda hay otras dos, lo que da a esta montaña una forma de pirámide muy parecida al final al Cervino y mas o menos de sus mismas dimensiones.

A cada lado creo que hay una caída de más de 2000 metros hasta algunas repisas, para volver a caer otros 1500 metros más. Después, de frente a mí, una inmensidad de hielo lo recubre todo en el horizonte en una anchura de 45º hasta el Océano en una extensión de más de 100 Km. de largo en dirección sudeste cambiando mas o menos en su mitad hacia el sur con la forma de una inmensa serpiente dormida, fantasmagórico, con inmensos seraks que forman caprichosas e inmensas moles de hielo blanquiazul suspendidas en la parte inferior de la montaña, apretándose unas a otras en un caótico mundo para entrar después en el glaciar y, poco a poco, ondulándose y alisándose después, con enormes grietas que cruzan el glaciar de un lado al otro.

Monte San Elías, foto de F. Caro

Veo una grieta que casi debe tener 50 kilómetros de ancho, después otra, perpendicular y casi unida a ésta de unos 30 kilómetros. Este glaciar fue descubierto por el capitán de la corbeta Descubierta, Alejandro Malaspina, explorador italiano al servicio de España en el siglo XVIII en sus finales, que explorando la bahía de Yakutat encontró un inmenso mar de hielo al que puso el nombre de Glaciar Malaspina, en su diario decía que esta tierra era solamente para habitarla los osos, después continuó su viaje hacia el norte de Alaska.


            










Al otro lado, otra inmensa corteza de hielo de por lo menos 200 km. paralela al mar, se llama el Columbus Icefield y es ahora, con la luz del atardecer, algo tan precioso que sólo los alpinistas podemos ver en este momento. Cortándolo y haciéndolo cambiar de dirección el majestuoso Monte Logan de 6.050 metros de altitud, erguido y desafiante como una inmensa catedral helada, está a unos 100 km. de nosotros en linea recta. 

Poco a apoco vamos viendo desparecer la luz del pie de aquella montaña mientras en la cumbre aún da el sol, y está blanca y rosácea mas abajo. También a la derecha el  monte Augusta de 4.568 metros con miles de trozos inmensos de hielo y de paredes de roca que parten los glaciares colgantes en su bella y tétrica cara norte.

Todo este mundo, en su conjunto inhabitable, es bellísimo. Mires a donde mires, la vista no se cansa de contemplar estas gigantescas moles, esos inmensos glaciares formando entre sí complemento ideal.

Unos guías me dicen que uno de los amigos clientes no puede más y que si queremos subirle a la cima tendremos que ayudarle por las cuerdas fijas. 

Y así comienza otra vez el calvario de tener que hacer fuerza con el cansancio que tengo a esta altura, después de tantos días de esfuerzo noto que, cuando doy pasos, mi corazón 
golpea y lo siento en mis sienes, (es debido a la altitud). 

Empezamos algunos a tirar de su cuerda y él comienza lentamente a subir por la pendiente helada, en un momento no tiene fuerzas para continuar y se deja caer, queda colgando de la cuerda de seguridad y de la fija en la que está subiendo con un jumars, entre todos no podemos con él, ¡ Fuerza!, ¡fuerza!, ¡poco a poco!...cuando ha llegado a nosotros el centro de su cuerda de seguridad se tensa, ha caído otra vez, no hay manera de hacerlo subir, "¡Ya!" … gritamos, increpamos y seguimos tirando   con todas nuestras fuerzas. 
 Comienzo a bajar hasta él, desde arriba veo que está dando vueltas alrededor de su propia cuerda como un péndulo que girase sobre sí mismo. Cuando estoy a su lado tengo que estar colgado yo también de mi cuerda, pues está él debajo de un techo y no puede poner los pies en la pared, le digo que se agarre a mí para traerle hacia la pendiente. Estamos colgados y debajo de nosotros un abismo de 4.000 metros, parece una marioneta dando vueltas otra vez alrededor del eje vertical de su cuerpo, como no hace nada y no llegó hasta él, le empujo con el piolet y empieza a hacer pequeños péndulos pues estoy demasiado lejos de él para agarrarle, cuando sus péndulos son más grandes puedo agarrarle por el arnés, pero pesa demasiado para mí en esta posición, debe de pesar por lo menos 90 Kg. y debe de medir 1.90, tengo que soltarle, sigo empujándole para que continúe haciendo los péndulos, respiro hondo varias veces, me concentro, le agarro y a la vez grito que tiren de la cuerda, él continúa sin hacer fuerza, no se agarra a nada, solamente veo que sus ojos me miran, un poco aterrado y pensando que soy su única ayuda, veo que es una mirada llena de esperanza y, para elevarle su moral y su fuerza física le increpo, le insulto....por fin, en uno de mis bruscos movimientos me agarro a una de las cuerdas y me coloco en la pendiente de nieve, él casi está colgando de mi mano, mueve los ojos y bruscamente se agarra a una pequeña repisa con unas rocas que sobresalen heladas y cubiertas de nieve polvo...¡allí no!, ¡allí no! le digo, vas a caerte otra vez..."¡Take the rope!" se agarra a uno de mis jumars y suelto un mosquetón de su cuerda que no podía abrir desde arriba. Tiran ahora de su cuerda con mucha fuerza, debe de ser mucha gente la que le está ayudando y sube como si fuera el contrapeso de un ascensor. Me río a pesar de esta increíble situación y pienso "¡por fin, por fin...!". 
Cuando llego a la arista otra vez veo que poco a poco ha llegado y le sientan a diez metros de la cima, y le dan algo para beber, y en seguida lo echa de su boca, es el mal de altura o de montaña, no me cabe duda. Me van dando la mano, uno por uno los 24 clientes y en la cima me esperan los otros dos guías, nos abrazamos y empezamos a cantar, ellos una canción muy antigua de los marineros y, para no quedar mal, yo les canto un poco de una jota, ellos me agarran y empiezan a bailar pues piensan que esta música se baila en corro agarrados de los hombros. Ahora uno de ellos canta una antigua canción india:

                               "La montaña está aquí...
oiremos el cantar del viento
él nos dirá, él nos dirá"
"Los hombres blancos cortan
y cortan las ramas verdes
de los árboles y no oyen 
cómo lloran y cómo se lamentan
los árboles."
"La montaña está aquí....
oiremos el cantar del viento..."

Después de comer algo que casi no entra en la boca, un poco de té que está casi congelado,
doy un grito: "¡Prepararos todos para la bajada!", y empiezan todos en una actividad frenética de abrir y cerrar morrales, algunos están empezando ya a bajar por las cuerdas fijas que hemos instalado antes.
    Les repito a voces:  "¡Cuidado, mucho cuidado ahora con ellos!, los clientes están todos muy cansados, asegurar bien y vosotros siempre sobre las cuerdas fijas."

    Poco a poco empiezan a desparecer en el vacío por la pendiente empinadísima y helada. Detrás de la arista, sus pies, al tocar la nieve polvo del suelo produce remolinos con los soplidos del viento, más allá una nube de polvo blanco sale por el aire por la fuerza del viento y viene hacia mí,  y me cambio de posición para que solamente me de en la espalda, pasa sobre mí y las pequeñas partículas entran por la cara y el cuello, el viento para y decido a cambiar el carrete de película de mi cámara fotográfica, para ello tengo que quitarme una manopla de gore-tex, debajo otra de piel de reno, luego otra de lana doble y entonces queda un guante de seda, pero el viento vuelve a empezar y sigue levantándose de todas las partes altas, turbinadas de nieve polvo que lo cubre todo y entra por los sitios mas pequeños. 
Sigo esperando unos minutos pero es imposible cambiar la película sin que entre nieve en la cámara, ahora la sensación de frío es mucho más fuerte con la sensación de las partículas heladas que chocan contra mi cara.
Una luz muy anaranjada lo cambia ahora todo de aspecto, me gustaría quedarme aquí muchísimo más tiempo pero tengo que bajar pues dentro de poco hará aquí -35º y con el factor del viento bajaría a mas de -50º.
    Aprieto las correas que sujetan los crampones y empiezo a asegurar la cuerda del hombre que está más cerca de mí y le veo desaparecer lentamente, cuando la cuerda se tensa comienzo a bajar, con una mano voy sujetándome en el piolet y con la otra soltando el gatillo del jumars, que es el aparato que va sujetándome a la cuerda fija, que queda abandonada. Me vuelvo y con una última mirada me despido de esta cumbre maravillosa.

© Francisco Caro Serrano
















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